Cuando estábamos en la patera le pedí perdón a mi hijo. Temí que muriéramos ahogados. Sabía que no teníamos alternativa, pero le pedí perdón por exponerle a ese riesgo. Él no era consciente, no había cumplido ni los dos años. Pero, ahora, por fin, estamos a salvo. Lo único que quiero es un futuro para él.
Nací en una aldea cercana a Abiyán, en Costa de Marfil. Nunca fui al colegio, pero todo fue bien hasta que mi padre decidió que debía casarme con alguien a quien yo no conocía. Tenía dieciséis años. No estaba dispuesta a aceptar su imposición, así que huí. Primero, a la capital de mi país. Allí trabajé cocinando y limpiando en una casa y conocí a mi prometido. Él viajó a Marruecos en avión, yo me quedé ahorrando dinero para poder seguir mi liberación. Sabía que allí la familia de mi padre podría encontrarme y que no tenía ninguna oportunidad de mejorar mis condiciones de vida.
Viajé en bus por Mali y Mauritania hasta llegar a Marruecos. Allí pasamos dos años y medio: yo trabajando en casas y mi prometido, lavando coches en la calle. Tuvimos a mi hijo, todo parecía ir bien, hasta que un día me encontré con mi tío en las calles de Casablanca. Sé que él y los familiares de mi padre son capaces de cualquier cosa para vengar mi desobediencia, así que fui hasta el desierto de Dahla para coger una patera que nos llevase a las Islas Canarias. Allí no había agua, dependíamos de la que conseguíamos en la ciudad más cercana. Y, entonces, una noche nos subimos a la barcaza y llegamos a España.
De Canarias nos trajeron a Ödos, en Córdoba. Mi hijo aquí va al colegio y todas las personas somos iguales. Cada una tenemos nuestra historia propia, la compartimos, lo hablamos, nadie juzga a nadie y todas nos tratamos como iguales. Pero, sobre todo, aquí nos han dado mucho amor. El amor es lo más importante, es lo que nos permite no estar solos. Nunca había recibido tanto amor. Ahora me doy cuenta de que tengo más fuerza que nunca para retomar el sentido de toda esta lucha: que mi hijo tenga educación, salud, una profesión… Un futuro.
Niños y niñas nacidos “en tránsito”
Pese a todos los obstáculos que se han ido encontrando por el camino, hay un aspecto en el que Aminata y su hijo son afortunados: el pequeño cuenta con un certificado de nacimiento en Marruecos. Pese a que debería ser lo normal, no siempre es así. Hay muchos bebés que nacen durante el viaje migratorio y que se convierten en apátridas cuando no los reconoce el país de origen de sus mamás, el de tránsito donde tuvo lugar el parto, ni el de destino de ambos.
Esa era la situación de Anna, una niña de 7 años que, en 2018, llegó en patera con su madre a Tarifa (Cádiz). Mayi, camerunesa, había dado a luz en una casa en Marruecos y no había podido registrar a su bebé por temor a que las separasen por estar de manera irregular en el país vecino. Una vez que fueron trasladadas a las instalaciones del Programa Ödos, como todas las criaturas que llegan a este centro situado en la provincia de Córdoba, Anna fue empadronada en Montilla durante los tres meses que vivieron allí.
Sin embargo, este registro no bastó para que una vez asentadas en el País Vasco, Mayi pudiera regularizar la situación de la menor. Ante las reiteradas negativas de la Administración para documentarla, Programa Ödos, en colaboración con el bufete de abogados Fundación Profesor Uría, llevó su caso a los tribunales.
Y han conseguido que dos sentencias les den la razón. La primera, por el juzgado número 5 de San Sebastián. Sin embargo, la abogacía del Estado apeló en contra de que esta niña dejara de ser apátrida y tuviera acceso, por tanto, a derechos fundamentales como la salud y la educación. Pero este mes de julio, la Audiencia Provincial de Guipúzcoa ha ratificado la sentencia, reconociendo así la nacionalidad española de Anna. Lo hace siguiendo “el interés superior del niño consagrado en las normas internacionales y nacionales”, como reza el veredicto.
Ya en 2021, un juez de Montilla autorizó la inscripción en el registro civil de una bebé apátrida nacida en Argelia durante el viaje migratorio de su madre. La madre, de nacionalidad camerunesa, realizó el proceso de regularización de su situación mientras ambas se encontraban residiendo en el programa Odos, de la Fundación Emet Arco Iris.
Tres sentencias que sientan jurisprudencia y que, por tanto, suponen un avance sustancial para la defensa y el respeto de los derechos de un colectivo tan vulnerable como son los niños y niñas nacidos durante el viaje migratorio.
“Hazte visible”
“Ser invisible puede ser bueno durante el viaje para sobrevivir y llegar a tu destino, pero una vez que estás en Europa es contraproducente. Eso es lo que les decimos: que se hagan visibles para que estén menos desprotegidas”, explica Teresa Girón, directora del centro Ödos, un programa destinado a acompañar la movilidad humana con enfoque de género y de infancia.